Naci en Valladolid (1817). Mi padre era hombre de rígidos principios, absolutista y partidario del pretendiente don Carlos; Mi madre, Nicomedes Moral, mujer piadosa, sufrida y sometida a mi padre. Tras varios años en Valladolid, Burgos y Sevilla, mi familia se estableció en Madrid, donde mi padre ejerció con gran celo el cargo de superintendente de policía y yo ingrese en el Seminario de Nobles.
Estudie leyes en las universidades de Toledo y Valladolid (1833-36), con nulo aprovechamiento. Durante unas vacaciones me enamoró de una prima, a la que evoce en "Recuerdo del Arlanza", era éste el primero de una larga lista de amores.
Me fui de la casa paterna (1836), refugiándome en Madrid, donde la fama me sacó súbitamente (1837) de una vida oscura y llena de privaciones: Yo, un joven delgado y pálido, como lo han retratado varios contemporáneos, me revele como poeta al pie del sepulcro de Larra, leyendo emocionadamente una composición en honor del suicida, cuando toda la capital se hallaba reunida en el cementerio para rendirme el último tributo.
Me case con Florentina O’Reilly (1839), viuda bastante mayor que yo y con un hijo. No fue el dinero el motivo de la boda, pues estaba arruinada. Aparte la edad, varias causas concurrieron a hacer infeliz mi matrimonio: la antipatía del hijo hacia el intruso, las riñas entre mi mujer y mi suegra, la desaprobación de mi padre.
Viaje a Francia (1845), asistiendo en París a algunos cursos de la Facultad de Medicina y relacionándome con Dumas, George Sand, Musset y Gautier. Ese mismo año murió mi madre, dejándome profunda melancolía.
De regreso en Madrid (1846), recibi varios honores dos año más tarde: Me nombraron miembro de la Junta del recién fundado Teatro Español; el Liceo organizó una sesión para exaltarme públicamente; la Real Academia lo admitió en su seno, aunque sólo tomaría posesión en 1885. Pero la muerte de mi padre (1849) le causó un duro golpe: Me nege a perdonarle la huida y la boda, dejando un enorme peso en la conciencia de mi hijo. Por otro lado, me legó considerables deudas.
Huyendo de mi mujer, me estableci en París (1851) y Londres (1853), a donde me acompañaron los inseparables apuros económicos. En París endulze mis penas Leila, a quien ame apasionadamente. En tanto que en la capital británica hize amistad con el famoso relojero Losada que me ayudó.
Embarque, por fin, rumbo a México ( 1854-66), interrumpiendo smi estancia allí para pasar un año en Cuba (1858). Llevó en aquel país una vida de aislamiento y pobreza, sin mezclarme en la guerra civil, que dividía a federales y unitarios. Cuando Maximiliano ocupó el poder (1864), Me convirti en poeta áulico y fui nombrado director del Teatro Nacional.
Muerta mi esposa, regrese a España (1866), donde se le admiraba, pero me creía superado. El fusilamiento de Maximiliano, abandonado a su triste suerte por el Papa y Napoleón III, me produjo una profunda crisis religiosa.
Casado de nuevo con Juana Pacheco (1869), segui en permanentes apuros económicos, de los que apenas logre sacarle ni una comisión gubernamental en Roma (1873) ni una pensión nacional otorgada tardíamente.
Me hizo famoso dando recitales públicos y obtuve numerosos honores entre los que sobresalen mi nombramiento de cronista de Valladolid (1884) y mi coronación como poeta nacional en Granada (1889).
Mori en Madrid (1893), tras una intervención quirúrgica para extraerme un tumor cerebral. Mi entierro fue un gran homenaje de admiración.
Hay en mi vida algunos detalles de gran interés para comprender la orientación de mi obra. En primer lugar, las relaciones con mi padre. Hombre éste despótico y severo, rechazó sistemáticamente el cariño de su hijo, negándose a perdonarle sus errores juveniles. Yo , El escritor cargado consegui una especie de complejo de culpa, y para superarla decidi defender en mi creación con un ideal tradicionalista muy de acuerdo con el sentir paterno. Digo en Recuerdos del tiempo viejo: "Mi padre no había estimado en nada mis versos: ni mi conducta, cuya clave él sólo tenía".
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